11 noviembre 2022. A la pregunta simple de su lugar y año de nacimiento responde Manuel Castells: “Nací hace unos 67 años en Beneixana, un pueblecito del norte de la provincia de Alicante donde en 1244 se firmó el Tratado de Almizra, en el que se establecían los límites fronterizos entre la Corona de Aragón y la de Castilla, y quisiera, irónicamente, atribuir mi espíritu pacificador a esos antecedentes”.
Sus respuestas a otras cuestiones van en la misma línea de profundidad y reflexión. No en vano lleva 40 años ejerciendo, fue miembro de varias juntas directivas del Colegio de Procuradores de Vigo y decano durante 8 años. Él resume semejante trayectoria en un escueto: “Cuarenta años dan para mucho. Al final, creo que no importa tanto lo que haces como el sentido que le das a tu trabajo”. Pero cada una de sus respuestas refleja sus cavilaciones acerca de lo vivido y de lo que está por venir: “El futuro es ahora. Son los compañeros que se afanan diariamente en que sus procedimientos estén activos y en la mejor vía de resolución. Se construye en cada palabra de disconformidad con lo que no nos agrada social y profesionalmente. Eso es libertad y es futuro”.
¿Qué te impulsó a ser miembro de varias juntas directivas del Colegio de Procuradores?
Accedí por primera vez a la junta de gobierno del colegio sobre 1987-88. Eran años agitados, en el tránsito desde una dictadura a una democracia, y había un espíritu de cambio social que en los procuradores no lo era menos. Había cierto consenso con otros compañeros para entrar en la junta de gobierno porque entendíamos que era necesario poner al día la forma de relacionarnos con el colegio, las condiciones y los medios materiales de trabajo.
Luego fuiste decano los 8 años máximos que permite el estatuto ¿Qué destacarías?
¡Aquello fue una gran sorpresa para mí! Había dejado los cargos en las juntas directivas y en 2010 los compañeros decidieron que yo fuera decano. Visto desde hoy, esos años resultaron algo duros. Entró en vigor la ley ómnibus que trastocó todo el sistema de los colegios en lo relativo a transparencia, financiación, territorialidad, tecnología, etc. Y el contexto social era de crisis económica. Uno de nuestros objetivos era establecer una financiación del colegio que no supusiera una carga excesiva para quienes estaban empezando y otro, que todos se sintieran escuchados por la junta. Observo actualmente una gran capacidad de colaboración y disposición a la ayuda profesional entre todos los compañeros. El vacío que genera para un colegio la pura y dura competitividad individual ha sido sustituido por ese espíritu colaborador, base para otros logros. Pero eso no ha sido obra solo del decano: más de 20 compañeros, a quienes siempre recuerdo, han participado en esas labores.
¿Cómo valoras la profesión en estos momentos?
Lo que le ha sucedido a la procura es lo que les ha sucedido a muchísimas profesiones: el resultado de aplicar obsesivamente las teorías económicas neoliberales al mundo del trabajo, buscando la máxima rentabilidad al menor coste, sin importar las consecuencias para la salud física, psíquica y social de las personas. Si a ello añadimos culturas en las que el respeto por el trabajo ajeno es muy escaso, pues tenemos este cóctel. Pienso que la procura no es una profesión que se pueda reivindicar por sí misma: se puede delegar o subsumir su función en otros profesionales o en otros medios técnicos. Así que volvemos a lo de la rentabilidad. Se está invirtiendo mucho dinero en desarrollar programas informáticos para que suplan la función del trabajador en el entorno bancario, la expedición de billetes de transporte, el comercio, etc. Y las consecuencias en la salud aún están por determinar.
¿Cómo ves el futuro de la procura en general?
Desde que comencé en la profesión se rumoreaba la desaparición de los procuradores, por parte de colectivos interesados. La última normativa, la Ley 15/2021 sobre acceso a las profesiones y el R.D 307/2022 sobre remuneración del trabajo, y su justificación desde el poder político son ejemplo del poco respeto que se tiene por el trabajo ajeno por más declaraciones altisonantes que se publiquen en favor de la profesión. Estoy por pensar que nuestros peores enemigos hemos sido nosotros mismos: se lo hemos puesto fácil a los políticos. Desde la dirección central se han acogido a las tesis de la derecha política invalidando cualquier planteamiento profesional que no recogiera sus intereses políticos.
¿Y el caso del Colegio de Vigo en particular?
Vigo ha sido considerado un colegio conflictivo por parte de quienes ostentan la dirección nacional de la profesión: el presidente del CGPE nos calificó de “oveja negra” en un congreso en Mérida. Veo bien el esfuerzo que se está haciendo desde el colegio llenando de contenido las reclamaciones de la profesión para beneficiar a los propios procuradores, a la administración y a los ciudadanos. Pero eso ya no depende tanto de nosotros como de quienes dicen estar estructurando el sistema judicial.
¿Con qué te quedas de tus 40 años de profesión?
Lo que más he apreciado de la profesión es la tensión y equilibrio entre el trabajo intelectual y el desgaste físico, a veces extenuante. En cierta ocasión fui al médico quejoso de una molestia en la columna vertebral. Después de unas radiografías me diagnosticó una lesión propia de los marineros que chocan las vértebras al bajar las escaleras saltando y que no entendía cómo era eso posible teniendo una profesión tan sedentaria. Yo tampoco lo entendí, pero puedo asegurar que la profesión no es nada sedentaria, ni física ni intelectualmente.
¿Qué te gustaría que pasara en los próximos años?
No debemos diferir el futuro al mañana. El futuro es ahora: son los compañeros que se afanan diariamente en que sus procedimientos estén activos y en la mejor vía de resolución. El futuro se construye hoy en cada palabra de disconformidad con lo que no nos agrada social y profesionalmente. Eso es libertad y es futuro. El futuro se manifiesta ahora cuando llenas de inteligencia y reconocimiento al compañero que está al lado. Es reivindicar la dignidad para poder cuidar tu cuerpo y el de tus allegados. Y todo ello no se puede diferir para mañana. Hay un viejo proverbio africano que dice: “El mejor momento para plantar un árbol fue hace veinte años. El segundo mejor momento es ahora”.